viernes, 19 de agosto de 2011

El indio un problema para la colonización

El indio un problema para la colonización

En la totalidad de los países de las Américas el indio ha sido y continúa siendo el problema para los estados nación. Fue por resolver que uno de los más famosos guerreros gringos, que combatió a las naciones indias, expresó: “el mejor indio es el indio muerto”, fórmula que fue aplicada al unísono en el conjunto de las repúblicas.

Si los indios, como fueron nombrados desde el primer desembarco de Cristóbal Colon en las Antillas, los originarios habitantes del continente, cómo es que siendo nativos, los propios del lugar se convirtieron en El Problema? Es la pregunta a responder.

Hasta antes de la venida de Colón a esta parte del mundo, las gentes y las naciones no se llamaban indias; identidades y desarrollos propios marcaban una convivencia cuyos principios, están siendo gradualmente re constituidos, revalorados y puestos en agenda. El asombro de Colón por la calidad de gentes con que se encontró en el lejano años de 1492, al descubrir la generosidad con que los nativos intercambiaban sus productos entre ellos el oro, se trocó en malicia: dejó de ser un mercader y se convirtió en un salteador. Para el expolio se sirvió de la violencia y el terror sin límites.

El robo tuvo por justificativo al racismo, la “desnudez del indio” que según Colón carecía de dios, ley y rey. Años más tarde Ginés de Sepúlveda escribió un tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios donde estableció que la relación entre español e indio era la del cazador y su presa. La angurria de los europeos encontró sustento en oscuras creencias religiosas y la legalidad de una monarquía poseída por el fanatismo, los reyes católicos. Para la extracción del oro de las minas y lavaderos de la isla de Haití (La Española) Colón y sus secuaces acabaron con nada menos que la vida de 3.500.000 personas, como fue testimoniado por Bartolomé de las Casas. Hernán Cortés como Franciscos Pizarro no hicieron más que mejorar esa primera experiencia. La carnicería, como la ocurrida el 16 de noviembre de 1532 cuando fue secuestrado el Inka Atawallpa, era el método para el escarmiento, la despersonalización y la humillación de la víctima.

En los inicios de la invasión española ningún pueblo, ni ninguna autoridad podía hacer caso de unos atrabiliarios vagabundos que se presentaban a nombre de “dios” y desconocidos gobernantes, que acto seguido exigían todo el oro y cuanta cosa preciosa hubiere, además de víveres que se los gastaban en una orgia de festines. La indiferencia y la ofensa legítima entonces eran calificadas por los extranjeros de sublevación, rebeldía, traición, odio, etc. Se victimizaban para dar rienda suelta a sus instintos criminales y latrocinio.

Para justificar sus crímenes identificaron en los nativos a sus enemigos de siempre: infieles (sarracenos), entonces decían que su dios, el apóstol Santiago, etc. les animaba a la venganza y al castigo. Las carnicerías, descritas por los mismos cronistas españoles, consistían en la afición de probar el filo de la espada partiendo por la mitad a las personas, despeñar a los niños arrojados contras las rocas, desbarrigar a las madres en espera, aperrear (…) Este último era el arma más mortal del arte de guerra español: cuarteaban, charqueban al nativo con cuya carne alimentaban a sus perros. Entonces en las “conquistas” eran jaurías de perros enseñados con la carne del indio, que daban cuenta de los nativos; los habitantes de la floresta eran sus señaladas víctimas, desnudos como estaban los canes desgarraban su humanidad.

Siendo que las minas de oro y plata alcanzaban a unos pocos privilegiados invasores, los contingentes de colonos que fueron arribando posteriormente pusieron sus ojos en las tierras, que todas estaban ocupadas por los nativos. No solo había que cazar a los indios para el trabajo minero, sino había que desplazarlos y cuando había resistencia arma en mano procedían a su limpieza. Su lugar prontamente fue ocupada por esclavos traídos del Africa y por la ganadería ovina y vacuna, que según leyes españolas valían más que los indios. Así fue establecida la gran propiedad agraria, el latifundio.

Cuando Napoleón Bonaparte repartía Europa a sus hermanos los vínculos de las colonias con España se fracturaron, ocurrió la crisis de la independencia. Las colonias, las élites encomenderas vieron la oportunidad de hacerse sus propios reinos, fundaron estados republicanos, que desconocieron los compromisos que los reyes de España habían asumido de proteger a los indios. Protección que por cierto era de los propios españoles que siempre estaban atentos al robo y al expolio del indio.

La republicas hispanoamericanas desde que se fundaron dieron comienzo a una segunda fase de colonización, que incluso fue más violenta y genocida. En muchos casos fue de solución final, solo como ejemplo hay que señalar las Campaña del Desierto y la Pacificación de la Araucanía ocurridas en el cono sur. En la república boliviana la suerte del indio estuvo echada desde el principio. Bolívar decretó la supresión de la comunidad indígena por contraria a la doctrina liberal y los posteriores gobiernos no hicieron más que seguir ese lineamiento. Con Melgarejo la guerra contra el indio tuvo por objetivo el despojo de sus territorios en favor del latifundio, en tanto que en el Chaco la guerra contra el Chiriguano proseguía en la misma tradición colonial.

En Latinoamérica, México y los Andes, a diferencia de las demás repúblicas el indio no pudo ser exterminado, no pudieron por tanto consolidarse como Estados Nación, el problema era el indio. Fue así que el genocidio fue abandonado por el etnocidio. El indigenismo fue la política, con su aparente paternalismo, administrada para “integrar” al indio. La nación fundada en el caso boliviano, en 1825 por los descendientes de Pizarro, se propuso asimilar al indio, borrando su lengua, su memoria, su cultura, su identidad y sus derechos. Por decreto el indio fue convertido en campesino, clase trabajadora de una élite que se reclama blanca.

Sin embargo el indio ha sobrevivido a la permanente guerra, a los genocidios y los etnocidios, cierto que en muchas partes del continente hay naciones que han sido reducidas a unas pocas comunidades e incluso familias. La persistencia del indio hoy como ayer continua siendo el problema tanto para el estado como para sus élites, en particular la burguesía que al igual que en tiempos de colones y pizarros tiene puestos los ojos en los recursos que encierra sus territorios.

La conciencia del indio que hoy habla de derechos es veneno para las políticas de colonización, que a nombre de desarrollo y bien estar invade sus territorios para la construcción de represas, carreteras, extracción de madera, petróleo, gas minerales (…). Y como siempre el colonizador señala con el dedo al indio por enemigo del progreso, del desarrollo de la patria, que unos miles o decenas de indígena no pueden perjudicar a millones. Esta nueva colonización, como dirían los cronistas españoles del siglo XVI, apellida hoy nacionalismo del siglo XXI.

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