La invasión española al Qullasuyu - Tawantinsuyu
Carlos Mamani
Durante los
años 1524 a 1528 Francisco Pizarro, con base en Panamá, se dedicó a la tarea de merodear por las costas del
Pacífico, hasta cerciorarse de la existencia del Tawantinsuyu. Terminada su
misión exploradora, emprendió viaje a España al encuentro con la reina Juana
(la loca), llevando animales[1]
y personas como testimonio de la veracidad de su "descubrimiento". En Toledo, un 26 de julio
1529, la reina de España hizo contrato con Francisco Pizarro para el asalto al
Tawantinsuyu: “La Reyna. Por quanto vos el Capitán Francisco Pizarro vezino de
Tierra Firme llamada Castilla de Oro, por vos y en nombre del Venerable Padre
Hernando de Luque, maestrescuela e provisor de la iglesia del Darién… y del
capitán Diego de Almagro… nos hizistes relación que vos e los dichos vuestros
compañeros, con deseo de servir e del buen acrecentamiento de nuestra Corona
real, puede aver cinco años poco más o menos que con licencia y parecer de
Pedrarias Davila, nuestro gobernador y capitán general, tomastes cargo de yr a conquistar,
descubrir e pacificar e poblar por
la costa de la mar del sur de la dicha tierra a la parte de Levante a vuestra
costa y de los dichos vuestros compañeros” (el subrayado es nuestro).
Descubrir,
pacificar, conquistar y poblar son palabras que marcan no solo la conducta de
los españoles que el año de 1532 tomaron el control del Tawantinsuyu, sino de
la política a ser impuesta desde la metrópoli europea. Descubrir fue acto consumado por lo que la reina reconoce
privilegios y derechos a Francisco Pizarro y sus socios. Pacificar, lleva implícita la declaración de guerra a las gentes y
pueblos de las tierras “descubiertas”, apropiadas como patrimonio de los reyes
de España por donación del obispo de Roma. Conquistar
es el mandato de imponer el dominio de los reyes de España por sobre los
territorios y pueblos del continente. Y, finalmente poblar era la determinación prejuiciosa de que el país estaba
vacío, que ignora e invisibiliza a la población nativa. En dicho contrato la
reina Juana reconoció que en la empresa, los tres socios habían invertido más
de 30.000 pesos de oro; sin embargo, dichos gastos no serían devueltos, sino
reconocidos mediante privilegios a otorgarse en el mismo contrato. Además, para
la fase de la conquista la capitulación subrayaba que siendo el deseo de
Pizarro y compañía servir a su Reina, los costos de la invasión también
estarían sujetos a la inversión privada, sin reconocer obligación de satisfacer
y devolver los gastos a incurrirse (Cieza de León, Crónica del Perú, t.3 1985:
79). No esta demás señalar que la inversión hecha por Pizarro y sus socios procederían
también de los robos y asaltos en Panamá.
Con la sola
información de Pizarro la reina de España otorgó licencia y facultad para que
en nombre de la Corona real de Castilla, continúe el descubrimiento, conquista y poblamiento de la provincia del Perú
hasta doscientas leguas, desde Tenpula
hasta llegar al pueblo de Chincha (ídem: 80). El Tawantinsuyu en los documentos
españoles fue nombrado Perú y convertido en provincia del imperio español;
antes de la invasión y conquista efectiva ya formaron parte del patrimonio de
los reyes de España. Junto a la licencia la reina otorgó a Pizarro por merced
el cargo de gobernador y capitán general de “toda la provincia del Perú”. El
cargo fue dotado con el salario de 725,000 maravidís cada año, contando desde
el día que partiese de España, que serían a su vez pagados de las rentas reales
en las tierras a conquistarse. Las rentas reales no eran más que la parte del
expolio que separaría para la corona
española, la misma reina estaba adelantándose a la participación en el botín
del asalto, del cual saldría salario de Pizarro. Por su parte Pizarro se obligó
a pagar del salario a recibir un Alcalde mayor, 10 escuderos y 30 peones, un
médico y un boticario. Además recibió los títulos de: Adelantado del Perú,
alguacil mayor.
La invasión
y el asalto, desde ya estuvo marcado por la deslealtad y la traición, que luego
llevaría a los invasores a matarse entre ellos cuál fieras enloquecidas por la
sangre y los tesoros del país conquistado. Pizarro obtuvo para Hernando de
Luque el título de obispo de Tumbez y para Diego de Almagro la “tenencia de la
fortaleza que ay y oviere en la ciudad de Tumbez” con salario de 100.000
maravidís cada año y una ayuda de costa de 200.000 maravides cada año, y fue
convertido en hombre hijodalgo. Los trece de la fama, que acompañaron a Pizarro
en el “descubrimiento”, recibieron igual reconocimiento de hijodalgos y los que
ya fueren serían elevados a caballeros de espuelas doradas.
Con dichas
credenciales, pero con el resentimiento de Almagro, Francisco Pizarro partió de
Panamá en enero de 1531 con 180 hombres y 36 caballos. A este grupo se sumarían
posteriormente grupos al mando de Sebastián de Benalcazar que alcanzó a Pizarro
en Puerto Viejo y Hernando de Soto en la isla de Puná, desde donde fueron
bajando por la costa hasta Tumbez; y desde donde desembarcando y tomando camino
fueron en busca del Inka. Pizarro y su pandilla subieron hacia la sierra
alardeando de su poder anunciando que se apoderarían de toda la tierra y
despojarían de su gobierno al Inka. Las gentes que los veían pasar contaban
como se burlaban de ellos cuando se enteraban que adoraban al Sol y a otros
dioses “asi lo mostravan más claro quando violavan sus guacas” (Cieza de León
1985, tercera parte: 183).
Hecha las
primeras relaciones, embajadas, entre Pizarro y el Inca, y establecido el lugar
y la fecha del “encuentro” Atawallpa había ordenado que 20,000 de sus soldados
bajo el mando de Rumiñahui tomase por las espaldas a los españoles, para que
cuando escapasen los atasen con las sogas que llevaban (Pedro Pizarro 1986:
34). El inka los tenía identificados como fenómenos a quienes debía darse el mismo trato que a los animales.
El poder
del Inca expresado en el número de su ejército, su comitiva y los señores que
lo acompañaban era tan imponente que los aventureros estaban muertos de miedo,
así contó más tarde el soldado Pedro Pizarro que en sus escondites de los
edificios que circundaban la plaza, “sin sentillo, se orinauan de puro temor”
(Pizarro 1986: 36). Atawallpa avanzaba desde los baños, en que había estado
descansando, al encuentro de los españoles en Cajamarca con la idea de conocer
y comunicarse, mientras que los españoles esperaban agazapados para iniciar el
asalto. Atawallpa no tenía ninguna duda sobre la naturaleza y la personalidad
de los españoles, a quienes ya la gente había nombrado de vagabundos y el
encuentro por el que tanto porfiaban los extranjeros, solo tenía como objeto
notificarles que se fueran del país, antes devolviendo todo lo expoliado y
reconociendo sus arbitrariedades y crímenes
Su avance
fue majestuoso y portentoso, delante de Atawallpa, que en andas iba acompañado
por el señor de Chincha, dos mil personas barrían el camino, y delante mismo
del inca había gente que cantaba y danzaba, mientras que los guerreros que
acompañaban, iban a ambos lados del camino (Pizarro 1986: 37). Entrando a la
plaza la gente cantaba, era una fiesta.
Sin embargo
los extranjeros esperaban agazapados para la ejecución de su plan. La cuadrilla
esperaba oculta y solo saldría el cura Vicente Valverde, acompañado por
Hernando de Aldana y Martinilllo, el intérprete, quienes ejecutaron el
requerimiento ante el Inca, emplazándolo a reducirse al servicio del rey de
España y del dios cristiano, en circunstancias difíciles de aclarar un
breviario que alcanzó el cura al inca cayó al suelo, lo que llevó al iracundo
Valverde a pedir la espada de Aldana, seguramente para emprender contra
Atawallpa. Este fue un incidente que molestó al inca quien con toda su majestad
“les dixo que se fuesen para bellacos ladrones, y que los auia de matar a
todos” (Pizarro 1986: 38).
Según la pretensión de los extranjeros, el Inka aceptando el
requerimiento, debía comprometerse a pagar tributo al rey de España,
convirtiéndose en su súbdito. Antes debía renunciar al gobierno del
Tawantinsuyu como lo habían hecho otros. Luego establecida mediante ese medio
“la paz y amistad” con los extranjeros debía obligarse “de grado o por fuerza”
a creer en Jesucristo y abominar la “superstición de los ídolos”. Reiterando la
obligación que tenía el Inka de aceptar de buena gana, el cura amenazó que de
lo contrario “serás apremiado con guerra a fuego y a sangre” (Garcilazo de la
Vega 1970: 76).
Siguiendo la narración de Garcilazo, la respuesta del inca fue
inmediata, cuestiona y se burla de su lógica y es más niega cualquier entrega a
poder extraño, por más superior y divino que fuese. Ante semejante respuesta no
pudiendo “sufrir la proligidad del razonamiento” salieron los españoles de sus
escondites para matarles y despojarles de sus joyas de oro, plata y piedras
preciosas, que los asistentes llevaban por creer sería un solemne encuentro
entre los españoles y el Inka (Garcilazo de la Vega 1970: 83).
El texto del requerimiento puesto en boca de Valverde es
ilustrativo respecto a la imposición del estado colonial, así como respecto a los derechos que hasta hoy son
alegados por los pueblos que fueron parte del Tawantinsuyu. En primer lugar
Pizarro (representado por Valverde) se presentó como embajador de Carlos V y no
como gobernador y capitán general, como había sido designado, si tomamos en
cuenta entonces el estatus y rango de tal, éste no hizo más que violentar las
normas más elementales de relación entre reyes y estados. Segundo, el
embajador, de pronto aparece ya como Capitán General del “ejército” invasor que
ofrece, primero una alianza y confederación y acto seguido exigió al Inca se
convierta en tributario y de manera escandalosa pretendió su inmediata renuncia
y entrega del gobierno. Tercero, arremete contra la religión del Inca y su
pueblo por abominable y diabólica. Para lo que servía el requerimiento, porque
asimismo “quiera que no quieras” “apremiado con guerra a fuego y a sangre”
sería obligado a recibir la fe de Jesucristo y renunciar al gobierno. Ante la
elocuencia de los sucesos de Cajamarca está claro que el estado de derecho fue
interrumpido por la cuadrilla de Pizarro, así como el gobierno y la soberanía
inca fueron desconocidos por la vía más artera y contra todo derecho.
Inmediatamente Francisco Pizarro ordenó, tocar
trompetas, disparar un pequeño cañón que tenía el griego Pedro de Candia y la
salida de la caballería a tropel, los caballos llevaban en las patas
cascabeles, para espantar a la gente que había llenado prácticamente la plaza.
Francisco Pizarro y su hermano Juan salieron con la gente de a pie y con el objetivo de apoderarse de los dos señores
que iban en las andas, ordenando no matar al Inca. Para apoderarse de Atawallpa
mataron gran cantidad de gente que llevaba las andas, pues inmediatamente que
eran muertos unos eran prontamente reemplazados por otros. Espantada la gente,
en su desesperación por salir de la cancha derribaron una parte del muro
gigante que circundaba la plaza. Los españoles se dieron su primer festín de
matanzas y sangre persiguiendo a la gente. El objetivo de los españoles era
secuestrar a Atawallpa, teniéndolo en su poder podían sentirse tranquilos y
dueños del mundo.
Secuestrado Atawallpa se vio obligado a acceder a los requerimientos de sus captores de
pagar un rescate a cambio de su libertad, que la leyenda señala que el aposento
donde estaba preso el Inca sería llenado de metales preciosos, el cual como
llama Pedro Pizarro, fue asentado por un escribano, el acta de lo que estaba
prometiendo el inca. La escritura fue estrenada en estas tierras y de manera
oficial para asentar el expolio, el robo, del que como se ha visto la reina
Juana ya había determinado los salarios de Pizarro, Almagro, Luque y demás
asaltantes y eventuales funcionarios reales.
El
asesinato del Inca ocurrió igualmente en circunstancias muy oscuras que señalan
como causas el “espíritu justiciero” de los extranjeros que habiéndose enterado
de la muerte ordenada por Atawallpa en contra de su hermano Waskar, que se
encontraba en poder del ejército quiteño, procedieron a hacer justicia. La
acusación urdida por Felipillo, el wankawillka, que habiéndose enamorado
perdidamente de una de las mujeres de Atawallpa, fue que el Inca preparaba una
masacre de los poquísimos españoles. Sin embargo, la razón era que estando
vivo el Inka no tendrían participación en el reparto del asalto (de la
habitación de oro y plata), los 164 españoles iban a continuar percibiendo la suma
de tesoros y ellos mientras tanto continuarían como convidados de piedra, su
muerte fue entonces una cuestión política
para aplacar los ánimos de los asaltantes.
El inca fue
llevado a juicio, donde el tribunal estaba formado por sus propios captores, y la sentencia dada fue que debía ser ahogado a garrote y su cuerpo quemado
por haber tenido en vida varias mujeres (Pizarro 1986: 62-63). Atawallpa, juzgado por los asaltantes, fue llevado
al centro de la cancha, y en el colmo de la hipocresía Vicente Valverde
“predicó” para que el Inca antes de ser asesinado se tornase cristiano
bautizado. Su cuerpo fue enterrado en una Iglesia que los extranjeros habían
instalado en Cajamarca, a poco tiempo el cadáver inca sería rescatado por sus
leales para ser llevado hacia Quito. Un asesinato que desde la historiografía colonial es visto como juicio.
En el
argumento de la cuadrilla de asaltantes, la prisión de Atawallpa era importante
para el éxito de la invasión, sin embargo ni su muerte ni el despojo de su
gobierno pudieron ser vistos como algo político, sino como crimen que luego
sería tan útil a los reyes de España para proclamarse herederos de los incas. A
la muerte de Atawallpa, destruido el gobierno, los invasores se dieron a un
saqueo general del país, robando todo cuanto hallaron de oro y plata en las
casas del sol, en los santuarios de las guacas, en las casas de los señores y
de la gente particular. “Este fue el primer tributo y esquilmo que llevaron de
la tierras”, esquilmo que llegó al mismo Rey de España (Santillán 1879:56).
El asalto
no terminó con el agotamiento de los tesoros andinos, sino que prosiguió con la
incursión a los depósitos estatales de ropa y otros bastimentos que el inka
tenía, “que no quedó cosa”. Luego el turno tocó al ganado, del que igualmente
se apoderaron primero de los hatos del sol y del inca, y luego de los otros
señores y ayllus. Todos se hicieron con el ganado, el que más pudo, más, y lo
que no podía aprovecharse lo destruían. Era tal locura que habiendo aprendido el
gusto por los sesos de llama, mataban cantidad de llamas, para solamente comer
los sesos, desperdiciando lo demás. O sucedía que para hallar una llama gorda,
mataban diez o doce. La suerte corrida por el ganado fue fatal, exterminados en
carnicerías y en las entradas
(conquistas), “de esta suerte apuraban
casi cuanto ganado había en la tierra, con tanta diligencia como si les hubiera
mandado Dios… y así, habiendo en aquella tierra más ganados que hierbas, la
dejaron casi sin ninguno” (Santillán 1879: 56-57).
A la par
del saqueo y la destrucción, Francisco Pizarro procedió a poblar la tierra, fundar ciudades y repartirse el país y su gente
en encomiendas, cada conquistador entonces se convirtió en vecino y encomendero
a la vez. Fernando Santillán, dijo al respecto: “Después desto, el dicho
gobernador Francisco Pizarro repartió la tierra y encomendola por repartimiento
a los españoles, dando a cada uno un valle o provincia con sus señores. Estos
encomenderos se hicieron cada uno de ellos un inga, y así usaron por virtud de
las dichas encomiendas de todos los derechos, tributos y servicios que aquella
tierra hacía al inga, y más los que ellos les añadieron, como adelante se dirá.
Hicieron que les hiciesen casas en los pueblos que fundaron muy grandes, y así
como el inga, en subjetando un provincia, luego le hacían servicio de los
ganados y chácaras y mujeres y lo demás questá dicho, así los encomenderos
hicieron a sus caciques que les hiciesen dicho servicio, no de tierras, porque
no pretendían entonces cultivarlas como el inga, sino destruirlas: pidieronles
cuanto oro y plata tenían, piedras, esmeraldas y toda ropa fina y ganados, las
hijas y mujeres hermosas demás de las del sol y del inga, que estaban en los
encerramientos, que también las heredaron; así que deste primer golpe dejaban
barrido el valle o repartimiento que les encomendaba” (Santillan 1879: 56-57)
Con la
encomienda fue establecida la relación colonial. Los encomenderos acordaban con
los curacas “pidiendo de cada cosa la cantidad que se le antojaba”, la
arbitrariedad se convirtió en norma y la autoridad nativa fue subordinado al cumplimiento de tales arbitrariedades; un
ejemplo que brinda Santillán es que los encomenderos entregaban piedras grandes
para que los curacas dieran a su vez una determinada cantidad de peso (o suma
de pesos, varias piedras) en oro y plata cada año, y esta era la norma del
despojo en todos los géneros que la población colonizada debía sufragar. El
miedo y el terror fueron los métodos usados “porque para atemorizallos para
estas cosas mataron y quemaron a muchos y a otros encarcelaban en
encerramientos muy oscuros hasta que de desesperados se ahorcaban”. Los
caciques y sus ayllus ante la imposibilidad de cumplir con la carga hacían
grandes sacrificios y búsqueda permanente y siempre quedaban en falta, entonces
venía del encomendero los azotes a los caciques, encierros bajo ayuno, del que
eran liberados solo si encontraban lo exigido por el español “a otros ponían al
fuego y los chamuscaba, y algunos dejaban asarse del todo”, entonces muchos
caciques, optaron por el suicidio “porque tenían mejor morir que pasar aquella
tiranía” (Santillán 1879: 58).
Este
esquilmo y saqueo, que para los no indígenas resultará demasiado lejano,
constituye el argumento más elocuente para el planteamiento de la restitución.
Sin embargo, esta palabra como el acto mismo fueron ensayados durante esos
mismos tiempos cuando los propios conquistadores agobiados por su conciencia
buscaron devolver, restituir a los indios parte de lo robado. La violencia
destructiva se tradujo en la humillación y el trauma; el sacrilegio de los
santuarios tenía como fin la despersonalización colectiva, que hoy se traduce
en una autoestima colectiva signada por el fatalismo y la resignación. En el
orden espiritual el tiempo
colonial advino cuando Pachaqama fue
destruido, convertido en ruinas como lo es ahora.
No fue a la muerte de Atawallpa que el Tawantinsuyu
se acabó; sino, que descubierta la naturaleza de la política española, los
incas después de una guerra no venturosa, establecieron su gobierno en
Willkapampa, de donde el último gobernante legítimo fue nuevamente secuestrado
para ser ejecutado públicamente frente a su pueblo en la capital.
Mientras las bandas de españoles comandadas por
Francisco Pizarro consumaban la destrucción del Tawantinsuyu, el Qullasuyu
permaneció aún libre de la presencia europea hasta el año de 1538. Asentado el
poder extranjero en la ciudad del Cuzco, las diferencias entre los dos socios
Francisco Pizarro y Diego de Almagro fue en aumento a la vuelta de España de
Hernando Pizarro que a cambio del tesoro inca, del rescate de Caxamarca,
negoció privilegios y reconocimientos para ambos.
La gobernación concedida a Francisco
Pizarro fue acrecentada con otras setenta leguas al sur de Chincha y de ése
margen hacia el sur, fue creada otra gobernación para Diego de Almagro con el
nombre de Nueva Toledo, porque la de Pizarro había sido llamada Nueva Castilla.
Mucho antes de que Hernando Pizarro hiciera públicas las provisiones reales,
Diego de Almagro comenzó a disputar la posesión del Cuzco.
El Qullasuyu, nombrado en los papeles
como Nueva Toledo, fue invadido por primera vez por los españoles durante la fallida conquista
de Chile por Diego de Almagro, cuyo contingente estaba conformado por gente
traída por Pedro de Alvarado y que no tuvieron parte en el asalto al Cuzco y a los
tesoros inkas; estaban desesperados en tener parte y hacerse de un nuevo Cuzco.
Asimismo era interés de Francisco Pizarro que los rufianes llegados con Pedro de
Alvarado desocupasen lo antes posible el territorio de su gobernación, o
deshacerse de ellos.
La gobernación anteriormente concedida a
Francisco Pizarro fue acrecentada con otras setenta leguas al sur de Chincha y
de ése margen hacia el sur, fue creada otra gobernación para Diego de Almagro
con el nombre de Nueva Toledo, la de Pizarro fue llamada Nueva Castilla. Mucho
antes de que Hernando Pizarro exhibiera las provisiones reales Diego de Almagro
comenzó a disputar la posesión del Cuzco a Francisco Pizarro, que luego fue
saldado con la decapitación de este otro "gobernador".
Muerto Almagro a manos de Hernando
Pizarro, luego de la batalla de Salinas, Francisco Pizarro que fue desde Lima
al Cuzco para conocer los sucesos acaecidos se informó que la tierra desde el
desaguadero adelante “estaua todo alzado” (Pedro Pizarro: 186). Entonces envió
a Gonzalo Pizarro con 200 hombres para que “fuese a apaciguar y a conquistar”,
quienes llegando al desaguadero, encontraron gente de guerra. A estos
doscientos hay que sumar los miles de nativos que comandaba Paullu. Los
españoles, 10 o 12 se echaron con su caballo al río a nado para cruzarlo,
quienes perecieron ahogados por lo hondo y por obra de los guerreros indios que
los apedreaban (Pedro Pizarro1986: 187). Gonzalo Pizarro ante el desastre con
ayuda de sus aliados indios al mando de Paullu, que construyeron balsas,
logró pasar de noche a algunos de sus
hombres, quienes dando de improviso sobre los guerreros qollas lograron
hacerlos retroceder. Entonces rehicieron el puente que estaba soltado en el
frente norte, así paso el grueso de los españoles y los indios “amigos” al
mando de Paullu. La tierra estaba alzada sirve de justificación para el asalto y el robo perpetrados por los seguidores de Pizarro.
Pedro Cieza de León sostuvo que Hernando Pizarro estando en el pueblo de Chukuito se informó de la junta de
la gente de guerra que le esperaba en Chakamarka, llegando a la orilla norte
del Desaguadero, los españoles vieron que el puente ya no estaba “E como
allegasen a la laguna e viesen la puente, que de azes de leña suele ser,
deshecha” (Cieza de León 1991: 371). El puente no había sido deshecho, sino
solamente soltada en su extremo norte, flotando en la corriente del río
asegurada aún en sus “estacas”. También es de hacer notar que el puente no
estaba hecha con haces de leña, sino con totora, se trataba de un puente
flotante.
Al frente los Qulla “dando grandísyma
grita” desafiaban a los extranjeros y sus aliados al mando de Paullu. Los
invasores en un primer momento “no supieron qué hazer” sin contar con el puente
para pasar adelante; cinco españoles, a caballo se lanzaron al agua, no
sabiendo la profundidad del río, cuatro de los cuales murieron ahogados y otro
que logró salir al frente, fue inmediatamente apresado y llevado, según Cieza a un templo y sacrificado. Esta
aseveración es totalmente discutible, el español como todas las cosas de
castilla no son frutos para servir como “pago”, lo cierto fue que aquel español
simplemente fue ajusticiado. En la batalla que se dio sobre el Desaguadero las
primeras bajas fueron de los extranjeros. Ante la resistencia Qulla Gabriel de
Rojas tuvo que retroceder hasta Zepita para traer madera, con la que habría
sido rehecha el puente “e trayda alguna madera e aderezo, hizieron alguna
manera de puente con que pudieron pasar a la otra parte”. El ejército nativo no
podría haber simplemente dejado el Desaguadero. El contingente español
encontrando que “los yndios avían ya huydo”, habría caminado sin mayor problema
hacia Cochabamba. El curso seguido por Hernando Pizarro que recogía cuanto oro
y plata pudiese no encontró oposición alguna.
La memoria de los Qaraqara y Charka señala que cuando ocurrió la invasión
“todos los naturales de esta provincia
de los Caracaras, así de la nación de los Charcas y Caracaras, Chichas, Chuis,
Quillacas, Carangas y los Soras, estas dichas siete naciones” recibió órdenes desde el Cusco que hicieran
guerra a los españoles y a su aliado Paullo. Entonces las siete naciones dieron guerra a los
extranjeros correspondiendo a cada uno de las siete naciones diversas partes
del campo de batalla. Con excepción del qhapaqa Charka de nombre Coysara, quien
se rindió ante Hernando Pizarro en el sitio del pueblos de Aukimarka, luego se
unió Muruqu qhapaqa de Qaraqara[2].
El Qullasuyu fue inmediatamente repartido entre los miembros de la banda de Gonzalo Pizarro, quienes se dedicaron a un saqueo sin fín y a un festín interminable de violencia y asesinatos a los hijos del país.
[1] .
“Miraban todos las ovejas que llevó y como Pedro de
Candia, que fue con él, oviese visto lo de Tumbez y lo contaba” y le decía a
Candia que eran fábulas e invenciones. (Cieza de León, Cronica del Perú,
tercera parte 78). Las ovejas nombradas por Cieza de León son camélidos
sudamericanos, llamas.
[2] “El Memorial
de los Mallku y principales de la Provincia de los Charcas” F 9-10,
En:Qaraqara-Charka Mallku inca y Rey en la provincia de Charcas siglo XV-XVII),
Platt y otros,La Paz,2006